martes, 3 de octubre de 2017

¿LA ADORACIÓN QUE HONRA A DIOS ES PREDICACIÓN OBSOLETA?

Por: David Chanski

Muchas personas en nuestro día ven la predicación autoritativa de la Palabra de Dios de la misma manera en que ven el telégrafo.  Ellos sienten que Ambas son anticuadas y obsoletas. "¿Por qué poner nuestro mensaje en el arcaico código Morse cuando tenemos las invenciones avanzadas del fax, teléfonos celulares, y correo electrónico?" De la misma manera, "¿Por qué desmenuzar el evangelio a través del instrumento de la ‘tediosa’ predicación cuando tenemos disponible los elegantes métodos de producciones teatrales y musicales, presentaciones de diapositivas multimedia, y las reuniones de los grupos de discusiones en la ciudad?". Desafortunadamente, muchos cristianos e iglesias tratan la predicación autoritativa como una reliquia embarazosa de una era pasada.


Dios piensa de otra manera. Después de su bautismo, "Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios" (Marcos 1:14). "Instituyó Doce, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar" (Marcos 3:14). La venida del Espíritu en Pentecostés resultó en que Pedro predicara un poderoso sermón (Hechos 2:14 ss). Pablo y Bernabé evangelizaron a los pecadores y santos edificándolos por la predicación (Hechos 13:05; 14:7,21, etc). Con las ultimas fuerzas antes de su muerte, Pablo le escribió al joven Timoteo: "Te encargo solemnemente en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos ya los muertos, en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que insistes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina "(2 Timoteo 4:1-2).

La predicación autoritativa de la Palabra es la "Cañón del Reino." Es la principal arma de Dios en la difusión del Evangelio y el fortalecimiento de su pueblo. Por el Espíritu, los predicadores derriban las fortalezas del enemigo al confrontar directamente las conciencias de los hombres con la verdad de Dios. En la fiel predicación expositiva de las Escrituras, podemos escuchar la voz de Dios (1 Tesalonicenses 2:13). No debemos conformarnos con nada menos que ese bendito sonido.

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